Hablando hace poco con un amigo sobre amor y relaciones (hola M.), me dijo algo que se me quedó en el pensamiento: “Asume que la gente, en general, nunca está a gusto consigo misma.” Y cuanto más le doy vueltas, más sentido le encuentro.

Vivimos inmersos en un constante intento por “arreglarnos”, como si fuéramos proyectos inacabados esperando la versión perfecta de nosotros mismos para entonces empezar a vivir… o amar. Nos convencemos de que no es el momento correcto para enamorarnos porque estamos rotos, porque aún no hemos sanado, porque no nos sentimos suficientes.

Pero ¿y si el momento adecuado no existe?


¿Y si el amor o crear relaciones no necesita que estemos listos, sino dispuestos?

La trampa de pensar en el momento perfecto

Esperamos a estar completamente bien para entregarnos al amor, como si el amor fuera un premio al que solo acceden los emocionalmente estables. Pero nadie se siente listo del todo. Nadie tiene el alma completamente ordenada.

Nos hemos comprado la idea de que para amar bien debemos amarnos primero sin fisuras. Que solo desde la plenitud podemos construir una relación sana.

Pero… ¿y si el amor no es un resultado, sino una herramienta?

¿Y si también aprendemos a amarnos en el acto de amar a otro?

Creer que debemos estar perfectamente ”alineados” para comenzar una relación nos condena a la espera eterna. Porque siempre habrá algo que mejorar, algo que sanar, algo que entender mejor. Y mientras tanto, el tiempo y sobre todo lo que tanto anhelamos, el amor, pasan de largo.

¿Cómo se ama cuando uno no se siente suficiente?

No creo que el problema sea el amor. Somos nosotros.
Con nuestras dudas, nuestros fantasmas, nuestras creencias heredadas que nos dicen que no merecemos ser amados si no somos exitosos, calmados, seguros, atractivos, inteligentes.

Nos miramos al espejo y pensamos: “Así no. Todavía no.”
Pero el amor no entiende de agendas ni de metas alcanzadas. El amor se cuela, incluso cuando no queremos. Llega incómodo, cuando aún no terminamos de desenredar lo que somos. Y creo que nos muestra todas las partes que todavía no sabemos habitar.

Ahora llega una pregunta que creo que es la más importante y que da pie a las demás… ¿Y entonces qué hacemos?
¿Huir?
¿Esperar a estar “mejor”?
¿O arriesgarnos a construir desde la imperfección?

Qué valiente y cómo admiro a los que son capaces de avanzar con ello.

El mito de completarse a uno mismo

Nos gusta pensar que algún día nos vamos a despertar sintiéndonos “completos”. Que entonces, y solo entonces, podremos amar sin dañar ni dañarnos.
Pero y si tal vez nunca llega ese día.
Tal vez lo más humano, lógico y coherente sea admitir que estamos incompletos, y aun así, abrirle dejar entrar a otra persona.

No se trata de buscar a alguien que nos salve, sino de permitir que en el encuentro con el otro también ocurra una forma de sanación. No porque el otro nos “cure”, sino porque el vínculo nos confronta, nos revela, nos hace ver cosas que por nosotros mismos no habríamos visto nunca.

El amor no espera: lo creamos

¿Y si el momento adecuado para amar no se encuentra, sino que se construye?


¿Y si el inicio de una relación no es la consecuencia de estar listos, sino el punto de partida para descubrirnos de otra forma?

Tal vez no se trata de esperar a estar bien, sino de atrevernos a estar en el amor incluso en el caos.


Tal vez el amor no viene cuando todo está en su lugar, sino cuando decidimos que, a pesar del desorden, queremos compartir nuestro mundo interior con alguien más.

Entonces, ¿cuándo es el momento adecuado?

Es gracioso pero diría entonces que nunca pero al mismo tiempo siempre que tú lo elijas


Porque el amor, al final, no es una consecuencia de nuestra perfección, sino un acto de valentía.

No hay garantías. No hay reglas. Solo una certeza:


Nadie está completamente listo, pero algunos se atreven igual.