Hay momentos en la vida en los que el dolor, el estrés o la soledad parecen sobrepasarnos. Para muchos, entre los que yo me incluyo, la solución inmediata es buscar maneras de desconectar, y salir de fiesta se convierte en un refugio. Esa sensación de libertad, de no pensar, de simplemente estar presentes en un lugar donde todo parece más ligero, puede ser un alivio temporal. Pero, ¿qué pasa cuando eso se convierte en un hábito?
El círculo de la evasión
Salir, beber, bailar, reír… Durante unas horas, los problemas parecen desaparecer. Sin embargo, al día siguiente, al despertar con la cabeza pesada y el corazón vacío, todo lo que intentábamos evitar sigue ahí. Más fuerte, más grande, más oscuro. Porque no se ha resuelto, solo se ha pospuesto.
La evasión, aunque parezca inofensiva, puede convertirse en un ciclo difícil de romper. Nos acostumbramos a no sentir, a no enfrentar, a huir de nuestra propia realidad. Y ese camino, aunque al principio se sienta como una escapatoria, no nos lleva a ningún lugar donde realmente queramos estar.
Un fin de semana no es el problema, pero…
No se trata de demonizar las salidas, el alcohol o la diversión. A veces, un fin de semana de risas y desconexión es necesario, incluso saludable. Pero el problema viene cuando eso se convierte en la única respuesta. Cuando lo usamos como un escudo, como un escape constante para no lidiar con lo que llevamos dentro.
No enfrentarnos a nuestros problemas
Huir de los problemas no los hace desaparecer. Al contrario, los agranda. Además, buscar refugio en salidas constantes puede tener consecuencias más graves de las que imaginamos:
- Dependencia emocional o física.
- Perder el rumbo en otras áreas importantes de nuestra vida (estudios, trabajo, relaciones).
- Distanciarnos de quienes realmente nos importan.
La diversión deja de ser diversión cuando se convierte en una excusa para no enfrentar lo que sentimos.
Aprender a gestionarnos
La vida no es fácil, y nadie nos enseña cómo lidiar con el dolor o las dificultades. Pero hay algo poderoso en aprender a sentarnos con nuestras emociones, aunque duelan. Enfrentar lo que evitamos no es sencillo, pero es liberador.
Lo que te puedo recomendar:
- Habla de lo que sientes: A veces, lo único que necesitamos es expresar lo que llevamos dentro. Un amigo, un familiar, un profesional de la salud mental… No tienes que cargar con todo solo.
- Encuentra nuevas formas de desconectar: El ejercicio, la música, escribir, caminar. Hay maneras de liberar la mente que no implican huir.
- Sé honesto contigo mismo: Pregúntate si lo que estás haciendo realmente te está ayudando o si solo estás prolongando el malestar.
- Busca ayuda profesional si lo necesitas: Hablar con alguien que pueda darte herramientas para gestionar lo que sientes puede marcar la diferencia.
La fiesta que importa
La verdadera “fiesta” de la vida es aprender a vivirla plenamente, con sus altibajos. Permitirnos sentir, aprender y crecer. La diversión, los amigos y los momentos de desconexión siempre tendrán su lugar, pero no pueden ser el pilar sobre el que construyamos nuestra estabilidad.
Evadirse puede ser tentador, pero enfrentarnos a nuestra realidad nos transforma. No tengas miedo de buscar ese camino. Aunque sea más difícil, también es el único que realmente te llevará a vivir la vida que deseas.